jueves, 15 de julio de 2010

Memorias de Sudáfrica


No os pellizquéis. No ha sido un sueño. La selección española, la mártir de los Mundiales, la niña fea de nuestro deporte, ha ganado la Copa del Mundo. El camino para nada ha sido fácil, no al menos tanto como hacían presagiar las distintas casas de apuestas de todo el mundo, que vaticinaban un claro triunfo de los chicos de Del Bosque tan sólo amenazado por la Brasil de Dunga y la Inglaterra de Capello. Ya lo dijo Maradona en plena efervescencia albiceleste tras ganar a Corea del Sur 4-1: “parecía que había que darle la copa a los españoles y que los demás habíamos venido a pelear el segundo puesto”.
El achaparrado astro argentino, envalentonado por el caudal ofensivo de su selección, el pinchazo de los Españoles ante Suiza, y sobre todo, amparado en la pobrísima trayectoria mundialista de “La Roja”, apostó sin riesgo al infravalorar a los Xavi, Iniesta, Villa & Cia., que si bien acudían con la vitola de Campeones de Europa, no empezaron para nada con buen pie el torneo más importante del deporte universal. La mala historia del equipo funcionaba como coartada.
La funesta relación de la selección con su pasado trabó durante 80 años su papel en los Mundiales. El espectador miraba hacia atrás con desaires, desolado y aferrándose a gestas menores como el gol de de Zarra a Inglaterra en el Mundial de Brasil en 1950. En el subconsciente colectivo se había instalado una especie de espíritu burlón que nos evocaba perpetuamente nuestras pifias, golpes de mala suerte y frustraciones, todas ellas caídas sobre un deporte trascendental en España y en el que siempre hemos sido comparsa. Spain is different.
El éxito en la Eurocopa se interpretó como la solución a este problema, la catarsis necesaria para conducir al fútbol español a un lugar más amable: el del optimismo. Se ganó y el equipo jugó bien. Se lo reconoció todo el mundo. Los perdedores por naturaleza se habían transformado en brillantes vencedores. Esa victoria sólo podía tener efectos positivos sobre los jugadores, los aficionados y el periodismo. Sin embargo, un mal resultado puede transformar las vibraciones positivas en comparaciones odiosas y un plus de presión hacia un grupo de chavales que estaban siendo observados por mil millones de personas.
España debutó en Durban el 11 de Junio ante los casi 70.000 espectadores del Moses Mabhida Stadium. El rival, una Suiza dirigida por el veterano Ottmar Hitzfeld, doble campeón de la Champions League, y gran táctico en esto del balompié. De lo contrario no se explicaría el excelente planteamiento que un equipo menor como el helvético propuso al combinado ibérico, que impertérrito y desesperado, vio como su debut en la competición reavivaba viejos fantasmas por todos conocidos. Y eso que para nada se completó el peor partido del torneo.
La larga posesión del combinado nacional no se tradujo en claras ocasiones de gol, algo que se erigió en el estigma contra el que habría que luchar hasta el éxito final. Luego, una serie de catastróficas desdichas propició el gol de Fernandes, que ni creyéndolo el mismo y a base de trompicones, rompió su nacional neutralidad para derrotar a los nuestros. Para la historia sólo quedaría un disparo de Xabi Alonso, el mejor del partido, a la postre el golpeo de balón más violento del torneo con unos sorprendentes 140 K/h. Ya no se podía fantasear con la posibilidad de elegir el cruce. Ahora, sólo cabía un ejercicio de supervivencia que hiciera pasar de fase como sea. Y eso sólo sucedería si se ganan los dos próximos partidos.
Guste o no, Luis Aragonés fue el padre de esta selección y por ello el que trasladó el tiki-taka del Barça a la Nacional. El sabio actuó como tal, y comprendió que teniendo jugadores marcadamente técnicos debía forzosamente enterrar conceptos trasnochados como La furia o el patapún pa´rriba. Del Bosque, aunque siempre se esforzó en negarlo, es partidario de un fútbol más directo, con extremos abiertos y buenos lanzadores detrás. Para ello había que trastocar el esquema de la Eurocopa para introducir un doble pivote y, ante la primera derrota de España, un extremo.
De esta forma sólo hizo falta un desliz para claudicar un esquema que había probado sobradamente su fiabilidad y experimentar en pleno torneo. Gracias a Dios nuestro segundo rival era una selección tercermundista, y tan sólo diez hombres detrás del balón, la suerte, y la inoperancia del Niño Torres y Jesús Navas, evitaron una goleada que podría haber sido de escándalo. Menos mal que apareció el “Guaje” para hacer unos de los goles del mundial, meter un churro, y además fallar un penalti que le habría proporcionado la Bota de Oro del torneo. Se trataba de ganar, o al menos eso es lo que nos estaban vendiendo ahora.
Chile nos esperaba bajo el rol de selección sorpresa del Mundial. Nadie esperaba que los chicos del teniente Bielsa tuvieran tanto poder combinativo, desborde y movilidad en el último tercio de campo. Pero la suerte sonríe a los campeones, y si de las 52 ocasiones generadas en los dos primeros partidos sólo se convirtieron 2, ahora hicimos pleno. España resolvió su partido más difícil y alcanzó la victoria en su actuación menos brillante, que ya es decir. Chile demostró su potencial y los jugadores de Vicente Del Bosque tuvieron que sufrir antes de ejecutar la suerte suprema del gol. Tal vez cuando menos lo merecía España, el 1-0 de Villa fue un oasis en medio del desierto. Hasta entonces, Chile dominaba, ahogaba y planteaba dificultades que España ni sabía ni podía solucionar. Sin la posesión del balón, todo se fiaba a alguna acción aislada... al contragolpe. Desde luego, una situación totalmente alejada de la filosofía de la selección. Y mientras tanto el Mono Blanco rajando del equipo.
La impotencia ofensiva de Suiza junto a la inocencia de Honduras terminó de concretar el pase de España como primera de grupo. Otra cosa es que las sensaciones fueran buenas, que más bien, eran horribles. Tres partidos después de comenzar el Mundial buena parte del fútbol español continuaba atrapado en el pasado, en un bucle nocivo que le impide afrontar la realidad. Estamos en otro torneo y en otro momento. Era necesario que el seleccionador y los jugadores no participaran de la absurda nostalgia que nos invadía. España se veía azotada por un síndrome terrible: el día de la marmota. Todo lo que ocurría daba mal rollo y recordaba las catástrofes de años anteriores. El Práter de Viena ya era historia.
Los octavos de final dibujaron una efímera preponderancia latinoamericana. De las 8 escuadras que comenzaron el mundial 5 se habían plantado en la fase final del campeonato. Las voces más optimistas ya cantaban a los cuatro vientos que el de Sudáfrica era el mundial de América. Pero por ahora eso no nos interesaba, ya que nuestro primer escollo era la ultra-defensiva Portugal de Cr9, Cr7 para la ocasión.
El comienzo fue fulgurante, de lo mejor del mundial. La Roja comenzó presionando arriba y combinando rápido. Incluso Torres, lastimoso en toda la competición, regaló 5 minutos de pseudo calidad. Sólo fue un espejismo, ya que el ritmo se desaceleró y Casillas no hacía más que crear dudas. Su idilio con la Carbonero originó todo tipo de especulaciones bizarras en el seno de la prensa inglesa, y claro, el muchacho sufría por ello. Nadie se cuestionó que llevara dos años por debajo de su nivel y que el mundial simplemente era una continuación desgraciada de aquella línea depresiva. Pero España, en un ejercicio de paciencia, doblegó la muralla. La selección española estuvo más de una hora picando piedra hasta que Villa encontró el resquicio por el que agujerear la portería del portentoso Eduardo. El de Tuilla ganó la batalla de sietes. Mención aparte merece la entrada del “León” Llorente, que con sus imponentes 195 cm de estatura fijó a la defensa y creó múltiples ocasiones en juego aéreo. El delantero Riojano, en tan sólo 25 minutos, haría más que “El Niño” durante todo el torneo.
El vergonzante papel de la azurra colocó en nuestro camino a una invitada no esperada, Paraguay, selección bien armada atrás, peleona y con algún delantero interesante. No parecía presentar la situación mayores dificultades, máxime teniendo en cuenta la pobre actuación de los guaraníes frente a Japón, a la que tan sólo pudieron doblegar mediante la lotería de los penaltis. El problema es que España no se enfrentó tan sólo a once jugadores, sino también a todo el peso de la Historia, aquella que decía que nunca habíamos superado unos cuartos de final en una copa del mundo. Y se notó el peso. Tras firmar la peor primera parte que se les recuerda a los hispanos en mucho tiempo vivimos la segunda con el corazón en un puño. Piqué, protagonista de un mundial casi impecable, concedió un penalti clamoroso debido a un fallo de marca. Quien más quien menos ya se veía fuera, yo entre los presentes, pero entonces apareció el Santo. Y eso que no se le esperaba. De una forma u otra me pregunto qué habría pasado si el Liverpool no se hubiera cruzado con el Benfica en la Europa League y Cardozo no le hubiera lanzado dos penas máximas por el mismo lado a Pepe Reina.
Sin apenas tiempo de celebrar la atajada del cancerbero mostoleño, el colegiado Carlos Batres pitó otro penalti en área paraguaya que debió de acabar en expulsión de Alcaraz. Tras el gol de Xabi Alonso Batres mandó repetir el lanzamiento por la entrada de jugadores al área antes del chut. No es que el reglamento le quite la razón al árbitro guatemalteco, pero si tal medida se hubiera de aplicar en todas las penas máximas habría que tirar siempre 2 o 3 veces el mismo penalti. Y claro, se falló a la segunda. Seguíamos 0-0 y con el agua al cuello. Del Bosque movió piezas, y el innegociable doble pivote dio paso a un planteamiento más ofensivo. Cesc entró por Xabi Alonso y Pedrito por un Torres lamentable... menos mal que los cambios mejoraron sustancialmente lo anterior. La prensa ha loado mucho las sustituciones de Del Bosque, pero yo dejo en el aire si verdaderamente eran acertados los cambios o desacertado el once titular. De cualquier forma Villa, otra vez Villa, dio la puntilla a nuestros rivales mediante uno de los goles con más suspense de la historia de los mundiales. Tres veces hubo de tocar el balón los postes para besar la red. La Roja es semifinalista del Mundial. Hay que escribirlo otra vez para creerlo. La Roja es semifinalista del Mundial.
La tan cacareada supremacía latinoamericana se quedó en agua de borrajas, ya que de los cinco equipos que pasaron a octavos, tan sólo uno, Uruguay, se plantó en semifinales. El último escollo antes de la final era la poderosa Alemania, que venía por cierto de destrozar a la Argentina de Maradona por 4-0 y antes a Inglaterra por 4-1, eso sí, con ayudas arbitrales de por medio. Lo de los árbitros en el Mundial daría para una entrada aparte, pero no tengo ganas de escribirla.
De todas formas algo me daba buen rollo. Se había roto el himen psicológico de los cuartos; por si fuera poco España estaba demostrando que sin estar al cien por cien también ganaba. El juego excelso de dos años atrás retrocedió a favor del otro fútbol, la picaresca en las grandes competiciones que reclamaba Camacho, o el diente retorcido que perseguía el Mono Blanco. Además nuestro rival, Alemania, se adecuaba mucho más a nuestras características que los contrincantes anteriores. El futbolista teutón ha mejorado con dotes técnicas que se le han sumado a las ya consabidas. Alemania nos iba a jugar de tú a tú, o al menos eso intentaría. A España el juego que le crea problemas es el que practicó Suiza, y que desgraciadamente sirvió de modelo a cada rival del torneo. Se decía que España no está jugando como antes, claro, pero los rivales nos estaban complicando la vida de manera brutal. Nos hacían marcajes individuales, basculaban, realizaban coberturas y así es muy difícil. Alemania no haría esto, su historia se lo impide.
A todo ello había que unir un factor de igual importancia. Vicente Del Bosque, gran entrenador pero tibio y poco enérgico en sus decisiones, prescindió por fin de Torres para dar paso a Pedrito, que ofreció un excelente rendimiento en los cuartos de final contra Paraguay. España por fin se iba a enfrentar a un rival con once jugadores. Más vale tarde que nunca.
Todos los presagios se vieron consumados. La Roja dio desde principio a fin una lección de fútbol, al nivel del mejor partido de la Eurocopa. Todos, desde el primer al último jugador, desempeñaron una labor encomiable. Pero es de justos reconocer que Xavi, liberado de las marcas individuales, y Pedrito, tocado por la mano de algún ente divino, fueron los principales artífices de un triunfo que insufló renovados bríos a unos jugadores que ya sólo tenían un problema: la excesiva dificultad que encontrábamos a la hora de penetrar la portería contraria. Tuvo que ser un central, Puyol, y además en la especialidad de los germanos, el balón parado, quien hiciera justicia y comprara el billete de la final mediante uno de los testarazos más épicos de la historia del fútbol. Lo que les quedó a los alemanes hasta el minuto noventa fue perseguir sombras, aunque hay que alabar la nobleza, elegancia y predisposición ofensiva de un equipo joven, y que si sigue dirigido por Joachim Löw, será uno de los principales problemas de la selección en los próximos torneos.
En la final nos esperaba La Naranja Mecánica, aunque esta vez era menos mecánica que nunca. Si los nuestros sólo habían destapado el tarro de las esencias de manera puntual, los holandeses tenían la tapa cerrada herméticamente. Su fútbol se fundamentaba en preceptos tácticos tan básicos y primarios como los que se observan en los patios de los colegios: pasar el balón al mejor y que los demás defiendan pegando patadas. En un principio la selección no debía de temer nada, eran mejores que los neerlandeses y además lo sabían. El problema es que era una final, y ahí puede pasar de todo; si además tenemos en cuenta la eliminación de Brasil por parte de los tulipanes, entendíamos el zumbido de detrás de la oreja.
Del Bosque decidió poner en liza el mismo once que fulminó a los alemanes pensando con coherencia que ambos rivales tenían perfiles similares. Pero Holanda tan sólo se defendía sin dejar espacios y presionaba para robar el balón y salir a la contra. Los españoles estaban desconcertados y la violencia oranje terminó por desquiciar el ánimo de los nuestros, todo ello con la bendición de un matón de barrio con ínfulas de árbitro llamado Howard Webb. Mientras tanto, las ocasiones españolas se sucedían con menos cadencia de la esperada y ya en la segunda parte Casillas salvó un mano a mano a Robben que a la postre supuso un Mundial. Así se llegó a la prórroga, un panorama desalentador para los nuestros teniendo en cuenta el cruel cuadro de fondo, la tanda de penaltis, totalmente desproporcionada hacia el lado naranja. España prescindió en los cambios de Xabi Alonso y Villa, sus dos principales lanzadores, y el resto de nuestros jugadores no destacan precisamente por ser excelentes chutadores. Por el contrario, Holanda tenía sobre el campo a De Jong, Van Bommel, Sneijder, Robben y Van Persie, todos ellos contrastados especialistas de penas máximas en sus respectivos equipos.
Pero la Sophrosine compensó el mejor talante de nuestro equipo y dio alas a Navas para que rompiera por la banda dejando atrás a tres tulipanes. Luego cedió a Iniesta, éste a Cesc, que pasó a Torres para que centrara al área. El despeje lo recogió de nuevo el de Arenys para asistir a Andrés... el resto es por todos conocido. Un empalme de Iniesta dilapidó de un plumazo todo Cardeñosa, todo gol anulado de Michel, todo penalti de Eloy, todo codazo a Luis Enrique, o todo Al Gandhour que se precie.
Dicen algunos que la Historia le debía más a Holanda que a la Roja. Puede ser verdad. Pero lo cierto es que si algo se les debía a los holandeses era por el buen juego que mostraron en las dos finales que perdieron. El destino no fue injusto con los Países Bajos, sino con el fútbol desenfadado, alegre, moderno y ofensivo que éstos practicaron. España fue quien se cobró esa deuda histórica, ya que Holanda dejó el buen juego a un lado para abrazar el anti fútbol más acuciante. Se podría decir que España vengó a las Holandas anteriores derrotando a la Oranje actual. Cosas de la vida.
Mucha gente podrá morir tranquila a partir de ahora. No os pellizquéis. No ha sido un sueño. La Selección es Campeona del Mundo.

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