jueves, 15 de julio de 2010

Aparición en la ciénaga


Es el mismo sendero que días atrás crucé, y sin embargo, todo es distinto. El verde de los árboles, el cantar de los pájaros, el danzar del aire…todo ha cambiado. ¿En cuánto tiempo puede cambiar la esencia de un hombre…? En menos de lo que cabría esperar…

Cuando Ludwing me informó de la buena nueva, mi alma se desbordó de alegría. Finalmente había conseguido mi sueño… un deseo que iba mucho más allá de lo mundano, y aún de lo onírico…era una cuestión de honor, de valores. Por fin iba a combatir para defender la ciudad de mi padre, Reikland…
Sin embargo, el destino me reservaba una resolución muy diferente a la que aguardaba. Mis deseos de medrar en el ejército pronto se marchitaron…mis deseos de ir a pavonear de uniforme en la posada se esfumaron… la sensación primera, gallarda, tornó a inseguridad, de inseguro pasé a timorato…y todo ello a la misma velocidad de la marcha de la mesnada… a cada paso que daba, más palidecía. La noche anterior al encuentro con mis pesadillas fue insoportable. Una sensación de calor frío embargaba mi ser, sintiéndome como un cerdo antes de ser atronado. No recuerdo las veces que vomité pero fueron muchas… cuando ya no había nada que evacuar, seguía con las convulsiones, seguía con los mareos, seguía con los sudores y mis tormentos… sólo pensaba en el fatídico día que estampé mi firma en la torre de reclutamiento. Conseguí relajarme sentado en la esquina de la tienda, fuera de la vista de los demás soldados que dormían de forma impasible…¿en qué diablos piensan? ¿Es que no saben que muchos de ellos van a morir…?. En ese ínfimo momento de paz recordé los veranos que pasé en Reikland… recordé los paseos junto a mi padre, también la vereda que llevaba al pequeño lago situado detrás de la escuela de magia…mas de súbito, todos mis hermosos pensamientos fueron desmontados por el frío sonido del olifante…el cuerno llamaba a filas…. Los últimos pensamientos amables que he tenido en mi vida, obviaron los primeros tonos del músico. La gran mayoría de los soldados estaban listos para la batalla; las unidades se empezaban a formar con premura y yo hacia tiempo que debía haber estado en la mía… Pensé en las posibilidades que tenía para huir… pero los alrededores estaban infestados tanto de soldados imperiales, como de orcos. El castigo para los desertores era la horca, o en el mejor de los casos, trabajos forzosos de por vida en las minas de las tierras yermas, con la carga deshonrosa que ello conlleva, para mí y la memoria de mi padre… Deseché ésa estéril idea con la misma celeridad que se introdujo en mi cabeza. En ése mismo momento noté una fuerza que me giraba. Luego de alzar la vista, tardé aún varios segundos en percatarme de la identidad del soldado que me zamarreaba. Sí, era el sargento Mathias Schatertzlem, amigo desde la infancia de mi difunto padre. Mi mente absorta, no pudo discernir las arengas que el buen militar me dedicaba, juntando fuertemente su frente junto a la mía…
La hora había llegado. Mi sensación de terror mermó en cierta medida al verme rodeado de mis camaradas. Los ánimos y los gritos de la unidad inundaron mi ego de renovados bríos… sí, era un soldado imperial, de familia humilde pero honorable. Tenía que luchar y ganar, y si no podía conseguir tal empresa al menos debía caer con honor… Pero la naturaleza del hombre es débil, por lo menos, la de los hombres comunes como yo. Ya en plena batalla, veía en primera persona como los asquerosos trasgos atacaban por la retaguardia a nuestra unidad de apoyo. Los fusileros de Middenland acabaron con varios orcos negros antes de que éstos cargaran henchidos de sed de sangre… pero las bajas causadas fueron vanas y la unidad imperial, destrozada. La situación de nuestra unidad era crítica, pero los flancos izquierdo y derecho del ejército no hallaban mayor gracia a la situación. Sólo la unidad de caballería de la Reiskguard causó cierto revuelo en las filas enemigas, gracias en parte, a la buena disposición táctica del capitán. La ligazón entre mi esperanza de victoria y los caballeros de élite fue rota cuando la unidad fue reducida… Ya todo estaba perdido, íbamos a morir todos… ¿pero de qué forma?, ¡oh no! Había cientos de formas de morir a manos de un orco y a cuál más horrible. La compacta formación de nuestra unidad fue disuelta a manos del pánico. Escapé dirección a un bosque con la vaga esperanza de vivir. De pronto, escuché unos pasos detrás de mí. Eché la mano al cinto para desenvainar la espada y… gracias a Sigmar era un compañero de la unidad. Tal vez tuviéramos una oportunidad. El tenerlo cerca me complació de forma sorprendente, ya que nunca fue un hombre de mi agrado.
Por fin… ya podía entrever el linde del bosque. Cuando estábamos cerca de confundirnos con la gris maleza, sentí un fuerte impacto en la cabeza. Caí al suelo de facto. Sentía un gran dolor y sangraba abundantemente, pero a pesar de ello, me encontraba en condiciones de escapar… pero no lo hice. Mi cuerpo se quedó tan inmóvil como si mi vida dependiera de ello. Y efectivamente así era… abriendo los ojos pude observar, no obstante de la sangre que dificultaba mi visión, cómo una banda de trasgos atacaba a mi compañero. ¿Qué debía hacer? ¿Me levantaba en busca de su ayuda así como de una muerte inexorable? No no… eran al menos cuatro, o cinco… nada había que hacer contra tantos enemigos… Quizá rezar al magnánimo Sigmar sea la acción más razonable… sí, decidí que era lo mejor. Pero no podía. Pensé en mi padre y que él sin duda, se hubiera levantado para combatir a pesar de todas las cosas. Pero yo no era como mi padre. Yo sólo quería vivir. Apenas llegaba a los veintidós años…así que me quede quieto, esperando a que el destino me regalara la suerte necesaria para salir de esa funesta situación… El combate entre el desgraciado militar y los trasgos acabó pronto… si es que a aquello se le podía llamar combate… Incluso aquel hombre al que tanto despreciaba, que tantas veces me humilló por mi inexperiencia, luchó cual fiera herida… Solo, y ante un enemigo que le sobrepasaba ampliamente en número, no dudó en atacar arrojando su escudo al suelo y agarrando su espada con sendas manos…
Después de que el valeroso infante exhalara por última vez, se hizo un silencio inaguantable. Yo ni siquiera respiraba… aguardaba el momento en que uno de esos asquerosos engendros me degollara…no sabía qué hacer, las piernas me temblaban, tenía ganas de gritar, de correr, de morir…. Sí de morir, porque ese momento fue tan angustioso que pasados sólo unos segundos, ya deseaba que acabaran con mi despreciable vida… El tiempo pasaba y no pasaba. La situación era la misma… pero sentí como los trasgos repararon en algo y se peleaban por ello…quizás unas simples botas fueron el motivo de la disputa. Alcé la cabeza y allí estaban. En un acto temerario, me levanté y corrí de tal forma que creí que nunca me atraparían… pensaba que venían detrás, pero… mire y allí seguían con su absurda rencilla. Ello no me relajó en el empeño de correr como alma que lleva el diablo. Parecía que podía correr toda la vida, para mi el cansancio no existía… y por fin. Llegué al bosque.
A pesar de que no estaba tan lejos de casa, este bosque vetusto y sombrío, en nada se parecía a los que adornaban el paraje de mi preciosa ciudad. Los árboles eran pobres en hojas, los troncos grises, tenían formas caprichosas y espeluznantes, los sonidos de las bestias rondaban mi cabeza… y los dolores comenzaban a aparecer…La herida de la cabeza era horrible, pero lo comprometido de mi anterior situación la convertía en una minucia. Ahora, sin embargo, empezaba a causar mella en mi cuerpo, junto a otra gran gama de dolores que no sé a que razón se debían…
Empezaba a estar preocupado. Conseguí escapar, pero estaba sólo, con el cuerpo magullado y estaba anocheciendo. Decidí descansar apoyado en el rugoso tronco de un viejo sauce. En el preciso momento en que la vigilia se empieza a mezclar con los sueños, escuché un crujido. Un crujido parecido al que se produce cuando se fuerza la madera vieja…no le di importancia, al fin y al cabo estaba en un bosque y podía haber sido cualquier cosa. Pero el sonido aumento su cadencia y estruendo. Cuando abrí los ojos, vi perplejo como las ramas del sauce, en cuyo tronco reposaba, se abalanzaban hacia mí. Sin tener tiempo a reaccionar, salté girando sobre mí mismo, impidiendo que las ramas dieran cuenta de su presa… Cuando estuve en posición erguida, mire al árbol. El espectáculo que estaba contemplando variaba el concepto que tenía sobre la vida. Allí estaba aquel engendro o diablo de la naturaleza, agitando sus ramas… siendo los huecos del viejo tronco los que dibujaban los rasgos del monstruo…la boca… los ojos… Mi cuerpo tardó en obedecer, pero corrí con más terror si cabe que la vez anterior. Me caí varias veces tropezando con las abundantes ramas que sobresalían del suelo. Cuando miraba hacia los otros árboles pensaba que también ellos me atacarían… o quizá ya lo habían hecho… Lo que yo creía que era un simple tropiezo, podía ser una nueva traba, o peor, un juego para tales monstruos. Cuando mi corazón ya no daba para más, me detuve…mi cuerpo se partió en dos y mis manos se apoyaron en las rodillas. Respiraba y respiraba pero seguía faltando aire. El sudor caía al suelo como si de la lluvia mas torrencial se tratara. Pasados unos minutos, conseguí estar de nuevo en posición enhiesta. En ese preciso instante, y entre el sonido de las alimañas de la noche, pude discernir unos sonidos familiares. Giré hacia mi derecha, y atravesando unos matorrales muy espesos, pude contemplar una luz tenue que bailaba con poca fuerza entre la oscuridad. Al acercarme más, me percaté de que era una hoguera, y cuando aún estuve más cerca, me regocijé al darme cuenta de que eran soldados… supervivientes como yo.
La calidez del fuego se hizo más agradable que la mejor de las posadas. Sólo el aluvión de preguntas al que fui sometido turbó un poco mi inesperado sosiego. Ante el poco interés que mostraba al responder poco a poco dejé de ser el centro de atención. Al mi lado se hallaba un soldado con el ojo vendado. Lucía una cabellera abundante, de pelo negro azabache, descuidada por motivos obvios. Parecía joven, tal vez una edad parecida a la mía. Por ello le pregunté quién era el oficial de más alto rango que se encontraba con ellos. El muchacho, entretenido sorbiendo ruidosamente algo parecido a un caldo, alzó la vista señalando con la cabeza hacia delante. Un hombre alto y fuerte debatía con otros, señalando algo en lo que debía de ser un mapa. Refunfuñando se giró. Era él, Mathias Schatertzlem, aquél sargento que me intentó animar sin resultado antes de la batalla. Amigo desde la infancia de mi padre, siempre me reservó un cariño especial. Sin embargo el saludo fue mucho más frío de lo que esperaba. Sin preguntas, sin muestras de afecto. El sargento determinó que debíamos de poner pies en polvorosa, ya que la zona podía estar infestada de orcos. Con premura, todos recogieron los escasos recursos de los que disponían y marchamos, ya que la oscuridad de la noche nos ampararía en nuestro escapismo. La marcha era rápida y mis piernas empezaban a achacar el cansancio de los últimos días. El diálogo, o cualquier tipo de sonido, no sólo estaba prohibido, estaba penalizado. En cierto modo me agradó la idea. No albergaba ganas de chacharear, y menos aún, de que me hicieran preguntas estúpidas.
Delante de mí había un grupo de unos cuatro soldados que, sin embargo, empezaron a hablar…¡estúpidos!, ¿de qué hablan?. ¿¡Es que acaso no se percatan de que pueden oírlos!?. Seguro que despotricaban sobre mí. Me habían mirado con desdén en más de una ocasión… Entonces, desenvaine mi espada buscando saldar la cuenta con esos ineptos. Justo cuando iba a propinar el golpe de gracia al más socarrón de todos ellos, éste se giró. De entre la capucha que cubría su cabeza se podían vislumbrar unos sobrenaturales ojos demoníacos de color escarlata. Me paré de súbito y la espada se me resbaló de las manos. ¿Qué diablos era? Humano no desde luego. ¿Qué podía hacer? Decidí gritar para poner sobre alerta a la unidad… Después del grito, todos me miraban como si estuviera loco. Los murmullos se empezaron a suceder, y de entre la masa de soldados, el sargento afloró con gran presteza y decisión… él sí atendería a razones.
Me levanté del suelo. Sangraba por la boca. A pesar de la oscuridad de la noche, contemplé como uno de mis dientes estaba en la tierra, mas aún tenía uno a medio caer. El golpe fue terrible. No entendía como después de salvar a la unidad, el sargento me había propinado semejante golpe. Estúpido viejo… Cuando me incorporé me preguntó el qué diablos me pasaba… ¿que había dicho una locura?… le respondí que cuando nos durmiéramos aquella bestia nos destrozaría a todos… Pero no me entendía. Con una mezcla de lástima y determinación clavó su vista en mis ojos durante un tiempo. Me agarró fuertemente los brazos y me dijo que estaba a salvo, que no ocurriría nada, que fuera valiente…
Seguimos andando. La noche era ya más oscura que la piel de un orco negro. Me paré a reflexionar un instante. Tal vez lo que había visto no fuera real. Después de todo había soportado situaciones muy extremas… o no, quizá sí fuera real y todos estaban engañados… incluso el sargento puede estar engañado y aún en complot con aquella criatura… ¿por cuánto te has vendido asqueroso?. La situación era muy tensa. Se podía cortar el ambiente con un tajo de espada. En todo momento miraba al soldado encapuchado, y a su, sin duda, ayudante de fechorías, Schatertzlem. En uno de esos instantes vi como el sargento se paró y, fatigado, posaba la mano en su pecho. Al sentirse indispuesto, ordenó que pasáramos la noche en este aciago lugar. Una ciénaga, tan oscura y siniestra, como el corazón de los más viles….
El cieno hacía difícil el movimiento; la oscuridad, unida a la densa niebla, impedía la visión mas allá de tus brazos… y también estaba el hedor, que era insoportable. El asqueroso sargento no pudo escoger un sitio con más condiciones para una emboscada… Nos dispusimos azarosamente y sin ningún tipo de guardia. Todo el mundo estaba cansado. Después de reposar y descansar un rato me tranquilicé. Llegué a la conclusión de que mi mente estaba trastornada al pensar que el sargento podía elaborar un ardid tan retorcido. Me sentí mal y decidí que lo mejor era dormir… sí, dormir… hacía tanto ya que no dormía…
Luego de descansar un rato me desperté bruscamente con una sensación de alarma. Al echar un vistazo, observé con relajación que nada ocurría y todo el mundo descansaba. Decidí tumbarme de nuevo… pero el tiempo pasaba y algo impedía que conciliara el sueño. De pronto, a pesar de que era tiempo de canícula, me rodeó un frío tan horrible que me estremeció. Abrí los ojos y pude contemplar la luna llena emborronada por el espeso manto de niebla. La temperatura seguía bajando. Me senté al lado de un macilento árbol y rodeé mi cuerpo con los brazos debido al cada vez más insoportable ambiente gélido.
Los sonidos de la noche parecían sonar con inusitada claridad en mi cabeza. Estaba desorientado. Ya ni siquiera recordaba cuál era mi posición con respecto a mis compañeros. Algo me impedía el movimiento. No era normal la cantidad de sudor que caía por mi cara, a pesar del frío invernal que esa antinatural noche me regalaba. Miraba desconcertado hacia todos los lugares, pero había uno… había uno al que no podía dejar de mirar… a pesar de que deseaba apartar la vista, no podía… tenía miedo…¿qué me estaba pasando…? El momento en que fingí en el suelo para salvar el pellejo era un juego de niños comparado con esto… pero ¿qué pasaba?, no debía tener miedo… allí no había nada, ¡no! ¡no! ¡no había nada!.
En el medio de la abismal oscuridad de ese punto, el cual era objeto de una atención que no era mía, surgió una débil vorágine que giraba sobre sí misma. El círculo, vaporoso, brillante y amorfo, cada vez se hizo más grande y parecía cobrar forma… una silueta monstruosa, una visión que ni siquiera puedo recordar, y sin embargo recuerdo. Era una espectral figura envuelta en una mortaja, con la faz esquelética y unos brazos desproporcionadamente alargados… La pesadilla se quedó allí, parada, a una distancia todavía considerable. Mis músculos apelmazados no hacían más que moverse sin ton ni son… mi garganta no podía nada más que balbucear pequeños lamentos… lamentos que no escuchaba nadie…
La criatura permanecía todavía inmóvil. Sus cuencas vacías miraban hacia mi aterrorizada efigie…el sufrimiento que pasaba era el peor de todos los castigos imaginables. Cerré los ojos con la esperanza de no ver a esa aberración. Pero no, ¡ahí estaba!. A pesar de que los parpados estaban cerrados y bien cerrados, la imagen del fantasma seguía tan clara en mi mente que aún resultaba más aterradora…abrí los ojos y… la figura vaporosa de color azul, que a tantos metros parecía estar, apenas se situó en una fracción de segundo a un centímetro de mi cara…
De pronto, todos los males del mundo inundaron mi cabeza… todos los pensamientos enfermizos, que alguna vez tuve, recobraron nuevo vigor…mi mente iba a estallar, necesitaba parar eso, necesitaba salir de ahí…¡no por favor! ¡No me hagas esto¡ ¡Noooooooo¡. En aquél preciso momento tuve que perder el conocimiento. Aún inconsciente, la criatura estaba conmigo y me transmitió un mensaje. Un mensaje que ni tan siquiera puedo pronunciar… o recordar.
Me desperté por la mañana en medio de un gran revuelo. Confiaba que lo acaecido la noche anterior fuera sólo una pesadilla. Pero no… no era así… me agaché en el agua más clara que pude encontrar en aquél pantano del demonio y me observé. Mi cabello. Mi pelo no era como antes… el castaño tornó a un color pajizo con matices grises… de pronto, un soldado puso la mano en mi hombro… dijo que acudiera a ver que ocurría. Al intentar responderle, me percaté de que había perdido totalmente la voz… ¿pero qué era eso comparado con el mensaje de aquella bestia?. Acudí al círculo de soldados. Lo que imaginaba fue confirmado. El sargento, Mathias Schatertzlem, había muerto durante la noche.
Han pasado ya cinco días desde aquellos fatídicos sucesos. Volvemos a casa y los caminos que antaño eran evocadores de un futuro ilusionante, son ahoras comparsas que bailaban al son de los recuerdos de la bestia. Todo me recordaba a aquella cosa y todo me recordaba lo que me dijo… la sola posibilidad de que se cumpla lo que me trasmitió sería peor que estar condenado de por vida a las llamas del averno…
No aguantaba más. No sé si lo que vi fue real o incierto, pero no aguantaba más. Esto llegará a su fin… una cuerda y un árbol serán suficientes. Ahora mismo los veo y son mi única salida, mi evasión. Ya no me tocará mas, nada más me pasará… burlaré a esa bestia del diablo… por fin se va a acabar…


Luthor Heinz,

Lancero de la Tercera Compañía de Reikland.

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